Hace unos
días, comentando con una colega sobre indicadores y el impacto de políticas
públicas, coincidimos que hay poca conciencia que el fin último de las
políticas públicas es la creación de “Valor Público” como lo describe Mark Moore en
su publicación de 1997.
Sólo a fines de describir la teoría de Moore, él
establece que el valor público
propone considerar los beneficios y costos de los servicios públicos no sólo en
términos de dinero, sino también en términos de cómo las acciones del gobierno afectan importantes principios cívicos y democráticos
como equidad, libertad, capacidad de respuesta, transparencia, participación y
ciudadanía. En ese sentido, el valor público busca proporcionar a los
funcionarios la capacidad de hablar sobre el beneficio neto de las acciones de gobierno.
¿Cuántos de nuestros planificadores en
materia de política pública, pueden establecer que el resultado de la aplicación
de dichas políticas es la generación de valor en la sociedad?, y más aún ¿cuántos
saben que el impacto de una política o acción pública se puede medir en valor agregado a la sociedad?
Con estas preguntas quisiera poner sobre
el tapete que las mediciones de impacto de las políticas públicas deben ser
convertidas a valor público acumulado en la sociedad donde se aplican y su
éxito se debe medir respecto del valor que
aportan a la sociedad.
En los variados trabajos de consultoría
que llevé adelante en los últimos años, al iniciar el diálogo con funcionarios,
los temas relacionados con el impacto y el valor agregado de las políticas públicas
no figuró en los temas de nuestras conversaciones iniciales. El valor que se
construye en la sociedad a partir de los planes y acciones de gobierno no son
factores que se consideran en la etapa de planificación de políticas. Y mi
tesis es que de esa manera se pierde una oportunidad muy valiosa para entender
el objetivo final de una obra pública,
el por qué, el para quién y el para qué.
La mayoría se centran en la obra “hecha”
o el programa “ejecutado”. Sus indicadores de impacto, cuando los plantean de
esa manera, no van más allá de “reparar 100 luminarias”, “colocar 300 cestos de
basura” o “mejorar la atención médica” entre cientos de casos que puedo
recordar.
Pero el “valor público” pretende medir el
valor agregado a la comunidad en cuestiones como cuanto más segura se vuelve
una calle con sus luminarias, cuantas horas más se puede utilizar una plaza si sus
luminarias están operativas, que tanto más limpio está el centro de una ciudad
o cuanto más saludable está una población si se aumenta la cantidad de
intervenciones médicas. Esos anunciados pueden ser medidos en ese valor público
del que habla Moore.
El objetivo de una gestión pública o
gobierno moderno es entonces generar el mayor valor posible con los recursos
con los que cuenta. Esta definición es tan amplia que podría aplicar a cualquier
gobierno, no importa el tamaño del estado que administre, la cantidad de
funcionarios o empleados, los recursos que tenga a su disposición o la cantidad
de habitantes que atienda.
La decisión de medir políticas públicas
en función del valor que se agrega a la sociedad debería ser la condición que
establezcan las administraciones de gobierno a partir de la cual desean ser recordadas
y reconocidas en su paso por el gobierno. Incluir en los criterios para
seleccionar proyectos y programas el factor del “valor público” es un salto
cuántico en la etapa de planificación para obtener mejores resultados.
El mejor corolario que pensé para cerrar
esta nota es recordar un monólogo protagonizado por Stanley Tucci de la
película “Margin Call”.
Una película con poco que destacar artísticamente, pero que con ese monólogo es
candidata al “Oscar del Análisis del Valor Público”. En una de las escenas que
más llamó mi atención, el protagonista, un alto ejecutivo de Wall Street, desarrolla
un monólogo en el que relata que antes de trabajar en la industria financiera, se
desempeñaba como ingeniero de obras.
Como tal, años atrás había diseñado un
puente y su monologo
se centra en cómo había calculado las horas que la gente se ahorraba por poder
utilizar ese puente todos los días días durante décadas. El protagonista
brillantemente describe cómo con una “obra” mejoró la calidad de vida de la
gente, que se ahorra
cientos de horas de viaje al año, y cómo ese tiempo ahorrado se traduce en horas
dedicadas a la familia o al tiempo personal.
Les dejo la inquietud y el caso práctico
para reflexionar, y para que ustedes mismos se asombren al hacer sus propios
ejercicios de creación de valor cuando puedan calcular como “sus propios puentes”
mejoran la calidad de vida de la gente. ¡Eso es Valor Público!